Thomas Girst's Elena del Rivero and Marcel Duchamp: Les Amoureuses |
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Sabemos en realidad que la foto forma parte de una inocente performance preparada por el fotografo Julian Wasser con la complicidad de Walter Hopps, comisario de la exposicion de Pasadena, y de una amiga de este, Eve Babitz, que accedio a posar para esa y para algunas otras tomas (como la que muestra a Duchamp fumando un puro junto a su Fuente con la muchacha al fondo). No consta quien gano aquella partida o si llego a terminarse siquiera, pero si nos han contado que casi todos parecian estar algo nerviosos. Eve se mostro aliviada cuando supo que en la fotografia seleccionada por Wasser para la publicacion, el pelo caia sobre el lado derecho de su rostro, tapandolo por completo(1) . Las contraposiciones de la obra eran, asi, completas: un hombre mayor, vestido de negro, con la cara descubierta, juega al ajedrez con una mujer joven y desnuda, de piel muy blanca, y en cuya cabeza solo se percibe una lisa melena negra. Distanciamiento y ?belleza de indiferencia?, por utilizar la propia formulacion duchampiana. El artista mira las piezas del ajedrez cuyos ecos formales evidentes se hallan en los moldes malicos y en el molino de chocolate de la maquinaria soltera, muy visibles al fondo; el cuerpo de Eve Babitz, por su parte, remite a la ?via lactea carne?, colgada en la parte mas elevada del Gran vidrio, en el vertice superior de un triangulo perfecto cuyas esquinas inferiores estan constituidas por los asientos de ambos jugadores. El azaroso mecanismo amoroso de la creacion duchampiana se proyectaba asi sobre la vida real, testimoniada por el documento fotografico. En ese primer plano, con la esqueletizada y metafisica obra de arte al fondo, la novia ha sido desnudada ya por su(s) soltero(s), y bien podria adivinarse que el juego va muy adelantado. No esta lejos el final feliz. >Pero Elena del Rivero se ha apropiado de esta fotografia y la ha digitalizado, para imprimirla en multiples fragmentos rectangulares que ha dispuesto luego como un mural en cinco hileras horizontales. Hay unos pequenos marcos blancos de separacion entre los cuadraditos, como si estos fueran las vinetas de una gran fotonovela. Y es esta sutil contaminacion de un genero narrativo lo que convierte al documento de Pasadena en una historia: cada fragmento del espacio se transmuta en una unidad de tiempo, como si la nueva lectura secuencializada de la imagen obedeciera a cada uno de los movimientos sucesivos de las piezas en el juego del ajedrez. Ahora bien: delante de Eve Babitz, tapandola por completo, hay otra mujer, sentada en la misma posicion, y con el rostro oculto, igualmente, por una melena negra. No es la Eva (del) original, ofrecida desnuda al juego mas o menos interminable, sino una mujer mundana, notoriamente vestida, entregada a la contemplacion ensimismada de unos collares de perlas, simbolos tradicionales de la vanidad. Se diria que el relato continua asi fuera, en el ambito donde se ha situado ahora la fotografa. Esa modelo (la propia artista, al parecer), con camisa de malla negra y amplia falda dorada, seria una seguidora hipotetica de la narracion que esta detras de ella, y su ?identificacion? con la chica que juega al ajedrez se opera en terminos ficticios, como cuando vivimos vicariamente las peripecias de un personaje novelesco. ¢¯O tal vez no? Su atuendo y su postura recuerdan un poco al tema tradicional de la Magadalena arrepentida (pensamos, por ejemplo, en la interpretacion de Caravaggio); la ropa, desde luego, no es la de un vestido de novia, y bien podria ser la de una (falsa) princesa o la de una prostituta de lujo ataviada para una fiesta de ?solteros?, meme. En cualquier caso, una mujer anonima (no tiene un rostro visible), tan completa y ostentosamente vestida, sentada delante de esa foto de Duchamp, ¢¯nos esta invitando al desnudamiento? Y dado que la narracion debe seguir, ¢¯quien lo ha de realizar? O mas claramente, ¢¯quien ha de suplantar, por obvias razones de simetria, a la figura de Marcel Duchamp que continua? visible en los recuadros escaneados clavados en la pared de atras? Parece evidente, en fin, que esta presencia femenina exige la de un ente masculino, meme, situado en frente, presumiblemente desnudo, que daria una vuelta de tuerca en el interminable proceso del desnudamiento. No creo que sea? disparatado hacer una lectura algo feminista de una obra como esta, que parece hacer reciproca la proposicion duchampiana: ?el (recien) casado desnudado por su(s) soltera(s), mismamente?. Pero es el vacio de ese hipotetico ente masculino, su hueco espacial, lo que parece obligarnos a situar a Les amoureuses (Elena & Rrrose) de Elena del Rivero (2001) en la estela de los Etant donnes. En efecto, en la instalacion postuma de Duchamp que conserva el Museo de Filadelfia, es el miron el que completa la obra, participando en una actividad amorosa que se ofrece, como promesa, a traves de los agujeros del portalon. Elena del Rivero parece invitarnos, igualmente, a plantar nuestra silla frente a su muchacha vestida: soy yo, el espectador, un ser humano concreto (o mas especificamente un hombre), el protagonista que falta. La artista sugiere de esta manera que mirar es solo una actividad preliminar, y que nada percibiremos, tal vez, si no nos desnudamos y si no estamos dispuestos a jugar. J.A.R., enero de 2002 Notes 1.Todos
los detalles de aquella sesion, incluyendo reproducciones de las tomas
fotograficas descartadas, pueden encontrarse en Dickran Tashjian,
? Nothing Left to Chance: Duchamp?s First Retrospective?. En Bonnie
Crearwater (editor), West Coast Duchamp. Grassfield Press,
Miami Beach, Florida, 1991, pp. 61-83.
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